sábado, 2 de abril de 2011

El Orden de las Vírgenes

ORDO VIRGINUM. El llamado ORDEN de las VÍRGENES", es una denominación que viene de la antigua Roma. Es una realidad desde los primeros tiempos de la Iglesia.
A).- Virginidad por el Reino de los Cielos
La antropología moderna nos devuelve la realidad del humano como un todo, donde lo material y lo espiritual no son dos realidades añadidas, sino un todo armónico; por ello la virginidad es espiritual y tiende a ser física, porque sería una ruptura de esta armonía mantener una virginidad espiritual y no física y en ese sentido sería más claro hablar de castidad temporal y puntual.
La Virginidad física sólo, no tiene valor testimonial cristiano, sino va acompañada de unas disposiciones espirituales, donde se dé la Fe, la Esperanza y la Caridad en grado sumo y testimonial
Jesús nos habla de Reino de los cielos y de los nuevos cielos y la nueva tierra, y por lo tanto de un nuevo día, cada día de nuestra vida es nuevo.
Cristo habla de la continencia «por» el reino de los cielos. De este modo quiere subrayar que este estado, elegido conscientemente por el hombre en la vida temporal, donde de ordinario los hombres «toman mujer o marido», tiene una singular finalidad sobrenatural. La continencia, aun cuando elegida conscientemente y decidida personalmente, pero sin esa finalidad, no entra en el contenido de este enunciado de Cristo. Al hablar de los que han elegido conscientemente el celibato o la virginidad por el reino de los cielos (esto es, «se han hecho a sí mismos eunucos», Cristo pone de relieve -al menos de modo indirecto- que esta opción, en la vida terrena, va unida a la renuncia y también a un determinado esfuerzo espiritual.
La misma finalidad sobrenatural -«por el reino de los cielos»- la encontramos coherente todo lo que se ha dicho sobre ese tema en la Revelación, en la Biblia y en la Tradición; todo lo que ha venido a ser riqueza espiritual de la experiencia de la Iglesia, donde el celibato y la virginidad por el reino de los cielos ha fructificado de muchos modos en las diversas generaciones de los discípulos y seguidores del Señor.
En este sentido, entendemos - para no caer en un materialismo peligroso e injusto para la mujer- que la virginidad cristiana en la mujer es una realidad semejante al celibato de los sacerdotes. Virginidad y celibato hacen referencia a aquellas personas que se reconocen creadas por Dios y destinadas para El, en todos los niveles de su existencia. Saben, por una convicción interna, que pertenecen a Dios en "cuerpo y alma" y le hacen entrega de su ser y de su existir. Esto estaría ratificado en las tres condiciones que el Ritual de Consagración de Vírgenes pide para que una mujer pueda ser consagrada, y en las explícitamente no se hace referencia a la virginidad física.

B).-El Ordo Virginum: realidad desde la primera generación cristiana
La vocación a la Virginidad consagrada, ha existido desde los primeros siglos y forma parte de la Tradición. La palabra Ordo no hay que entenderla aquí en el sentido de las órdenes religiosas, como hablamos de hermanos menores o del Orden de los Predicadores, sino en el sentido del vocabulario de las instituciones civiles de la Roma antigua, que designaba por esta palabra, los cuerpos constituidos, sobre todo, el cuerpo de los gobernantes. Paralelamente, la Iglesia, en su liturgia, habla del orden de los obispos, del orden de los presbíteros y del orden de los diáconos. Y otros grupos reciben este nombre de ordo: los catecúmenos, las vírgenes, los esposos, las viudas. Y este orden de las vírgenes se remonta muy lejos en la historia. Sabemos que, desde la primera generación cristiana, ha habido mujeres que han consagrado su virginidad al Señor Jesús: las cuatro hijas de Felipe en los Hechos de los Apóstoles, dan testimonio de ello (21, 8-9). En los siglos siguientes y hasta el siglo IV, en el que se organiza la vida religiosa en comunidad, e incluso, más adelante, coexistiendo las dos formas de consagración por algún tiempo, mujeres que continuaban llevando su vida en el mundo, consagraban su virginidad al Señor Jesús.
En Roma, entre muchos otros, conservamos el recuerdo de Inés, a la que son dedicadas al menos dos iglesias, de las cuales la más antigua es la magnífica basílica de Santa Inés extramuros. En Francia, los parisinos honran y aman a su patrona Genoveva, esta virgen consagrada notable, que salvó la ciudad de la invasión y del hambre. Está también Marcelina, hermana de San Ambrosio, que fue consagrada por el papa Liberio en 352-353, en la basílica de San Pedro; la noble virgen Asela, consagrada hacia el 344, cuyo elogio hace San Jerónimo. Encontramos a Santa Macrina , hermana de de San Basilio y San Gregorio de Nisa, considerada modelo de Virginidad consagrada. En La Galia, además de Santa Genoveva y las tías del poeta Ausone, que nos son conocidas, tenemos la seguridad de que ha habido otras muchas anónimas de las que no hemos conservado la identidad. A propósito de esto, hay un hecho importante que hay que subrayar: las diaconisas no aparecen hasta la segunda década del siglo III, y en áreas geográficas limitadas: muy vivas en Oriente, han penetrado poco en Occidente y eran inexistentes en Egipto. Al contrario, las vírgenes consagradas, sin interrupción histórica entre la Escritura y la Historia, han florecido en toda la cristiandad, desde Oriente a Occidente, pasando por África, particularmente, hasta Egipto.
No habría que subestimar la dimensión histórica de esta vocación, que presenta otro aspecto: la referencia a los Padres. En efecto, cuando se quiere estar seguro sobre la manera de considerar esta vocación, hay que apelar a ellos. Los Padres vuelven, actualmente, al orden del día, para el mayor bien de los cristianos y de otros hombres, como lo destaca el cardenal Lubac: "Cada vez que ha florecido una renovación cristiana en nuestro Occidente, tanto en el orden del pensamiento como en el de la vida (y los dos órdenes están siempre unidos), ha florecido bajo el signo de los Padres". Las vírgenes consagradas pueden, pues, enorgullecerse de situarse en la órbita de los Padres. Ellas encontrarán en ellos, en particular, una referencia segura sobre lo que concierne a la comprensión de la virginidad física, que no debería ser descuidada y que una antropología moderna ilumina, además, con un día nuevo. Por añadidura, las vírgenes consagradas aprenderán en los Padres que, desde los orígenes, la consagración de las vírgenes sólo puede ser conferida por el obispo y que el lazo que las une a éste es de orden teológico y canónico y, por consiguiente, primordial. Esta tradición de la consagración dada exclusivamente por el obispo, se remonta a los orígenes. En los primeros siglos, los concilios reaccionaron vivamente contra las tentativas de consagración hechas por simples presbíteros.
El cristianismo, pasa en poco tiempo de culto libre a ser religión de Estado, La vida conyugal era la más corriente, en los primeros siglos, entre los cristianos laicos o no. La virginidad se apreciaba mucho, no obstante, por constituir un sacrificio amoroso de la vida a Cristo. Ciertas vírgenes concertaban con los ascetas un casamiento espiritual que implicaba demasiada intimidad para que San Cipriano lo juzgara procedente. Estas vírgenes, o feninae subintroductae, solían llevar, con todo, una vida rigurosa v casta. Algunas viudas o vírgenes, de probadas virtudes, recibían cierta consagración y eran elevadas al orden diaconal. Las diaconisas catequizaban a los catecúmenos y auxiliaban a los sacerdotes y obispos en distintos servicios litúrgicos y sociales. En la época apostólica, únicamente al obispo se le exigía que se hubiera casado una sola vez. Estaba prohibido el matrimonio a quien se hubiera ordenado de diácono, pero se había casado con anterioridad a su ordenación, podía seguir haciendo vida conyugal.
Desde los primeros años del siglo IV se insistió ya en el celibato eclesiástico con carácter preceptivo. El concilio de Elvira (Granada, año 309) prescribía a los clérigos casados la continencia. A lo largo del mismo siglo, sucesivos concilios insistieron en la continencia absoluta. el celibato, que empezó siendo un consejo, acabó, antes de finalizar el siglo IV, en precepto.
"La virginidad. escribe San Ambrosio (340- 397), el arzobispo de Milán que tanto influyó en el emperador Teodosio y en la conversión de San Agustín , no es para ser mandada, sino aconsejada y deseada, como cosa que sobrepuja las fuerzas humanas y puede ser objeto de voto, pero no materia de precepto", "... la virgen consagra enteramente su pensamiento a Dios, para ser santa en el cuerpo y en el espíritu, al revés de la casada, que por deberse al marido, tiene su conversación en el mundo y su amor en el esposo . No digo esto en menoscabo del matrimonio, sino a gloria de la virginidad, cuyo estado es más excelente que el de los casados". (Tra, de Vírg. Libro 1 cap. 3) " Las mujeres livianas---- sigue diciendo, adornan la garganta con vistosos collares, cuelgan de las orejas brillantes pendientes, píntanse las mejillas con vivos y llameantes colores, visten su talle con ricas telas y se embalsaman con variedad de perfumes..." "para atraer las miradas de los hombres". "Vosotras, en cambio, ¡Oh santas vírgenes! Enemigas de tales arreos, que atormentan más que adornan, embellecéis vuestra frente con la aureola del pudor, y e vuestro pecho con la banda de la castidad, su más preciado ornamento (Id, Id., cap.4).
Así pues la existencia y presencia de las vírgenes es generalizada en los primeros siglos de la Iglesia; siendo muy citadas por los Padres de la Iglesia (San Justino, Tertuliano, san Cipriano, San Ambrosio....
Más adelante, con el nacimiento e institucionalización de la vida religiosa femenina en los cenobios o monasterios, empezó a eclipsarse el rito de la consagración de vírgenes, terminando por desaparecer en el siglo XII, con la época de oro del monacato.
Y es en el siglo XX, cuando el Concilio Vaticano II impulsa la restauración de este género de vida, al establecer en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia: "Revísese el rito de la consagración de vírgenes que forma parte del Pontifical Romano" (SC 80). Y así, el día 31 de mayo de 1970, con la autoridad recibida del Papa Pablo VI, la Congregación del Culto Divino promulgó el "Ritual de Consagración de Vírgenes", ya renovado., recoge la instauración del Orden de Vírgenes y su identidad en la Iglesia, en el canon 604.
La consagración de vírgenes, según el Orden de las Vírgenes en la Iglesia Católica, no es una profesión religiosa o de la emisión de unos votos, sino de una forma primitiva de consagración a Dios que el Concilio Vaticano II ha retomado con nueva fuerza, como se establece en el ya citado canon 604, del nuevo Código de Derecho Canónico de 1983:
"A estas formas de vida consagrada (es decir, monjes, religiosos, ermitaños, miembros de institutos seculares) se asemeja el Orden de las Vírgenes, que, formulando el propósito santo de seguir más de cerca de Cristo, son consagradas a Dios por el obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia. Son seglares consagradas en fidelidad constante a Dios y bajo la dependencia del obispo.
En la oración solemne consecratoria, el obispo dice:
Así, sin menoscabo del valor del matrimonio y sin pérdida de la bendición que ya al principio del mundo diste a la unión del hombre y la mujer, algunos de tus hijos, inspirados por ti, renuncian a esa legítima unión, y, sin embargo, apetecen lo que en el matrimonio se significa; no imitan lo que en las nupcias se realiza pero aman lo que en ellas se prefigura.
Se les entregan las insignias de la virginidad consagrada: anillo, velo y libro de la Liturgia de las Horas, pidiéndoles que guarden siempre fidelidad a Cristo y oren a Dios por el mundo entero.
Nota: (Es interesante que leas el ANEXO final de esta página. "VOCACIÓN Y MISIÓN DE LAS VÍRGENES CONSAGRADAS SEGÚN EL RITUAL DE CONSAGRACIÓN DE VIRGENES" . Autor: Monseñor P RAFFIN, o.p. Obispo de Metz ( France)

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